Lunes 1ro de diciembre de 2008, por Cronopio
Este lunes, primero de la semana y de este último mes del 2008, empieza para mí una cuenta regresiva que espero que de "regresiva" tenga solo eso, el nombre. Efectivamente, a casi 9 meses de las inolvidables celebraciones de los 60 enamorados años de matrimonio de Gladys y Reinaldo, mis padres, me toca a mi bailar al ritmo de la música de "los sesenta".
Evidentemente, uno puede -¿y debe?- hacerse la pregunta de si es indispensable o, como se dice ahora, si "tiene sentido" hacer balances, sacar cuentas y organizar eventos, supercarretes y todo eso cada vez que se llega a algún umbral tipo 40, 50 o 60 años.
Es muy cierto que los jubileos y bodas de papel, oro o diamantes no son invento reciente. Pero algo pasa estos últimos tiempos que tanto nuestra vida pública como privada están llenas de este tipo celebraciones. Tantas, que a veces parecen meros pretextos -buenos o malos- para celebrar, homenajear, vender o simplemente enviarle al mundo un mensaje del tipo ¡ikejué, ikejué, aquí estamos otra vez!. Parto de la base de que no faltarán los observadores avisados, los amigos, los parientes y uno que otro psicólogo real o improvisado que más de alguna "señal" me harán llegar para ayudarme a resolver el dilema. De hecho, la primera en hacerlo fue Pamela Biénzobas, talentosa periodista y querida amiga que me escribió "¡no me digas que eres un vanidoso obsesionado con la edad! ¿qué importan los 60 si el cuerpo parece de 40 y el espíritu de 20?" (¡como no te voy a quereeeer!). Comentando en el Facebook mis "D-31, 30, etc. mi amigo/poeta Andrés Moreno me escribió breve pero elocuentemente: "D-jalo fluir".
En todo caso, a título de ejemplos de esta "conmemoracionitis" y sin ni siquiera mirar en Google, se me vienen a la mente algunas fechas que nos han "acompañado" en este 2008: el centenario (del nacimiento) de Allende, los 30 años de la muerte de Jacques Brel, los 80 que habría cumplido Serge Gainsbourg si no se hubiera muerto antes; los 80 que sí cumplió el escritor mexicano Carlos Fuentes, los 100 de Claude Levy Strauss, los 35 del golpe de Estado, los 20 del plebiscito, los 10 del arresto de Pinochet en Londres, los 40 de mayo del ’68... Y cacharrás cacharrás, como habría dicho el "Cachafaz" Duarte, original y entretenido compañero de aventuras mapucistas que prefería su expresión propia al viejo etcétera...
En lo que a mí respecta, más importante que todos estos respetables eventos fueron los sesenta años de matrimonio de mis padres. No solo porque gracias a ese evento y "por lógica consecuencia", 9 meses más tarde me tocó saltar al escenario (ambulante) de la curiosa mezcla de comedia-tragedia-aventuras-historias-de-amor-sueños y demases que ha sido mi vida. Pero también y, sobre todo, porque la cantidad de "ejemplos" que deja la sexagenaria trayectoria de Gladys y Reinaldo son un orgullo y un desafío de esos que uno quisiera asumir y lograr pero....
Si mis "sixteen" pasaron en lo que illo tempore se llamaba la "provincia de Valparaiso" (nombre harto más "encachado" que Quinta Región), mis "sixties" pasarán -salvo imprevisto de esos que nunca dejarán de acompañarme- en Francia junto a "mi amor, mi cómplice y todo": la Sabi. Mi Capullo de Amor.
¿Por qué en Francia y no en Chile?
¿Extraño?
Ni tanto.
Primero que nada, porque cuando uno nace en un puerto/puerta abierta al mundo, resulta bastante natural que de alguna manera le vengan a uno ganas de ir a mirar lo que hay "al otro lado", "allende" los mares, las cordilleras y unas cuantas cosas más. Y si, no contentos con hacerme nacer en Valparaíso, el destino, el Pulento y mis viejos deciden además hacerme aterrizar en una maternidad de la Avenida Francia, toda posibilidad de asombrarse queda automáticamente cancelada.
Por supuesto, todas estas "lecturas" son interpretaciones que uno hace siempre a posteriori. Por lo tanto siempre pueden parecer -y a menudo ser- una manera de explicarse, de contentarse o de resignarse. Un intento de dar con un hilo conductor, con una suerte de "coherencia" (¿alguien la conoce a esta señora?) que le ayude a uno a entender por qué hizo lo que hizo.
Tampoco hay que excluir que, a ratos, pueda ser una forma de convencerme de que tan mal no lo hice. Que mis movedizas opciones son tan válidas como las de mis amigos que jamás salieron del pueblo o del país. Esos que celebrarán o celebraron los sesenta en "su tierra", entre "los suyos", pegaditos a sus "raíces". Gozando con merecida satisfacción del patrimonio que ellos han acumulado con la misma constancia con que yo he acumulado kilómetros, experiencias, encuentros con seres notables y... domicilios. Porque, salvo error u olvido ya voy en 34 (domicilios): 25 en Chile, 1 en Austria y 8 en Francia.
Otro día seguiremos con estos temas. Por ahora...
En esta onda recuerdos y conmemoraciones, te invito a escuchar una canción que muy probablemente no conozcas. Se trata de Me peina el viento los cabellos, uno de varios poemas de Pablo Neruda a los que les puse música por allá por los años 80 (cantar también hace parte de mi catálogo de aventuras). En septiembre del ’83, con ocasión del 10° aniversario (!) de la muerte de Neftalí, nos invitaron a participar en un homenaje que le hizo la radioemisora francesa France Culture. En la grabación, Eve Griliquez, organizadora del homenaje, anuncia el nombre de la canción, del cantante y de los cómplices del trío: los franceses Patrick Tandin y James Belloni en las guitarras y el chileno Manuel Villarroel en el piano. El poema, que tiene mucho que ver con esto de los recuerdos, hace parte del Crepusculario .
Me peina el viento los cabellos: |