Domingo 7 de diciembre de 2008, por Cronopio
En mi carta a "Chilito" comenté que la decisión de venirme a vivir a Francia no tenia nada que ver con la facilidad. Decirlo así tan como a la pasada podría sonar a masoquismo o, peor aun, a una suerte de postura vanidosa tipo "¡me encantan los desafíos!". Como decía alguien por ahí: no es ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario. Manera de decir que es distinto. Ciertos días, muy curiosamente distinto. Ejemplo.
El 2 de diciembre pasado, en "mi calidad" de periodista de La Francolatina empiezo la jornada en el Napoleón, "hotel de lujo con 102 habitaciones, suites y salones para reuniones, situado cerca del Arco de Triunfo, Los Campos Elíseos y el Lido, a pocos pasos del Centro de Congresos y Exposiciones, el Museo del Louvre, la Ópera, la Torre Eiffel y el distrito de La Défense..."
Allí habíamos sido convocados -invitados debiera decir- a un desayuno de prensa organizado por el Consejo de Promoción Turística de México. Mesa generosa y cuidadosamente decorada, carpeta de información bien preparada, todo perfecto. Único problema: llegan más anfitriones que invitados. Más "conferencistas" - 5 personas - que periodistas. En total, unas diez personas alrededor de una mesa en que té, café, jugos, ensaladas de frutas, cecinas, quesos, viennoseries y otras delicatessen estaban previstas para por lo menos 30 personas. Todo simpático, interesante pero en alguna parte artificial, cojo. Una vaga sensación de desproporción y de derroche en tiempos de crisis. México merece más me digo para "mis adentros".
Dado que -como se ve- los mexicanos me caen muy bien, el momento es igualmente agradable y el tema -las fiestas y tradiciones- indudablemente entretenido. Sobre todo conversado como "en familia".
Entre contento y sorprendido salgo de allí y "monto" en Prune (ciruela) -la sucesora de Platero- para irme a la oficina de la policía en la que debo obtener lo que aquí llaman el Recepissé: algo así como un recibo que prueba que estoy haciendo el tramite de renovación (anual por ahora) de mis papeles de residencia. Cambio brutal de decorado pese al hecho que el Napoleón y el Commissariat de Police de la rue Truffaut están a solo 2,4 kilómetros de distancia.
En esta mañana heladísima de diciembre -entre 2 y 3 grados- somos unos 60 los étrangers que estamos haciendo cola en la calle, esperando que nos atiendan. Si el desayuno fue simplemente franco-mexicano, aquí por el contrario está reunida buena parte del melting pot mundial. Faltan solo europeos los que, por evidentes razones comunitarias, ya no necesitan carta de residencia. Africanos y árabes con y sin velo (las mujeres), chinos, uno que otro latinoamericano. United Colors of immigration, uno de los fenómenos que, según los expertos, marcarán este siglo XXI que, con apenas 8 añitos casi cumplidos, no tiene nada que envidiarle a lo problemático y febril de su antecesor.
La espera, en la calle y con un viento de esos que uno no se explica cómo se las arregla para colarse por las estrechas calles parisinas, dura más de tres horas: que no se puede esperar adentro porque el "commisariat" es muy pequeño, que atender a cada persona supone un cierto tiempo, trata dificultosamente de explicar de vez en cuando un policía con "cara de guagua" y un "co-deficiente intelectual" capaz de alimentar las peores caricaturas sobre la inteligencia de las fuerzas del orden. Hay momentos en que, como chupete helado y mientras trato de desentumecerme, me acuerdo del famoso chiste del loro en el refrigerador pero no llego a decirme "esto me pasa por huevón". Ni siquiera en estos momentos como éste me bajan dudas respecto de mi deseo de estar aquí. Seguramente también ayuda el "estoicismo asumidor": yo decidí estar aquí, lo asumo y ya está...
La mayor parte del tiempo estoy leyendo. No en un libro -que no pensé en traer- sino en mi Palm (ver la foto). Donde - gracias a "las maravillas de la tecnología" tengo los primeros capítulos de 2666, el último (en el sentido más estricto de la expresión) libro de Roberto Bolaño, en castellano. No he logrado hacerme con el libro-libro. En parte por razones profesionales y en parte por "gusto", empecé a hincarle el diente a las 1016 páginas de la versión francesa pero la verdad es que hay algo que "no pasa", pese al excelente trabajo del profesor Amutio, traductor de Bolaño al francés. La escritura de Bolaño tiene un ritmo que a mi me gusta mas en castellano. ¡Obvio! dirán algunos. Ni tanto replicaría yo. Pero no ahora porque hace mucho frio.
Demás está decir que mientras descubro en mi pantalla de 4,5x 4,5 centímetros las aventuras de los estudiosos de la obra de Benno von Archimboldi (uno de los personajes centrales de 2666) , me dan, ¡como no! más y más ganas de escribir. Y no puedo dejas de preguntarme qué diría el funcionario que me atienda al término de esta refrigerada espera, si al momento de preguntarme por la profesión yo le respondo: ¡escritor! Y la idea me parece entretenida y me digo que quizá lo haga.
Pero el frío es tanto que a la llegada me la juego "piolita". Y, cuando por fin le toca al N° 344 -mi identidad dígitopolicial del día- respondo a las preguntas del funcionario con la seriedad de un caballero perfumado como algunos que crucé horas antes en el Hotel Napoleón.
En una de ésas, cuando llegue a grande...