En el principio...

Siempre he tenido problemas con las ceremonias y las formalidades. Al menos con aquellas, civiles o religiosas, que todo ciudadano "normal" debiera -según dicen- cumplir "como Dios manda". Con el tiempo, lo he aceptado como parte de mi destino (¿karma?) y he dejado de sentirme "raro" porque hice 3 veces la Primera Comunión, porque no me casé por la Iglesia dado que, justo antes, al cura lo metieron preso (por izquierdista, no por pedófilo), porque he hecho una larga carrera en el Periodismo y las Comunicaciones sin haber formalizado nunca mi título y porque voy a tener que asumir -con el alma llena de sentimientos contradictorios- que estar ausente será la mejor manera de estar presente, este 9 de noviembre del 2002, en el matrimonio de mi hija Antonia,

Sin embargo, a pesar de las apariencias y de mis desencuentros con algunos de ellos, los ritos me atraen. Es más, soy un convencido de que hay eventos de la vida que hemos de "marcar" de alguna manera. Que no podemos vivir lo que vivimos como si todo diera siempre lo mismo. Que- como decía Malraux- hay "domingos de la historia" que nuestro calendario íntimo debe tener claramente destacados.

A partir de 1999 -año en que mis hijos decidieron partir (¿o volver?) a Francia- empezó en mí un sordo proceso que, un par de años más tarde, yo le describiría a Josefina (que en aquel entonces aún era mi esposa) como una sensación de "estar atravesando un umbral". A ella, en principio, la idea le pareció lógica y hasta entusiasmante. Sobre todo porque le confirmaba la teoría de los Mayas en el sentido de que nuestra vida funciona en ciclos de 52 años al cabo de los cuales uno "muere" para volver a renacer. Yo me acercaba a esa edad cuando le comenté todo aquello. Irónicamente, las cosas de la vida han hecho que mi travesía del umbral y el comienzo de un nuevo ciclo haya terminado, entre otras cosas, con nuestra separación. No estaba previsto así, no era ése el propósito pero...c'est la vie. En todo caso, más allá de la tristeza de ver el ocaso de una bella historia, la necesidad de seguir adelante con la travesía era y sigue siendo imperiosa.

Escribir una nueva página...

Si algún sentido tenía atravesar el umbral de marras era el de reencontrarme con una forma de vida en que la libertad, la pasión y el compromiso se conjugaran de una manera diferente de la más bien decepcionante y "pobretona" que he conocido prácticamente desde mi retorno a Chile. Siento que ha llegado el momento de generar un nuevo equilibrio entre el querer y el poder, entre los sueños y la realidad, entre la creatividad y la productividad, entre el placer y el deber.

Hacerlo implicaba, entre otras cosas, poner fin a mi relación laboral de 8 años, 8 meses y 16 (2x8) días con la Teléfonica. Gran institución que, cual útero protector y limitante a la vez, me dio oportunidades que, siendo muy atractivas, nunca lograron borrar de mi espíritu proyectos, ganas y pasiones postergadas sólo porque no podía hacerlos convivir con mi proyecto más importante: darle a mi familia -y sobre todo a mis hijos- lo necesario para que todos ellos, pudieran, con alas propias, salir a buscar y a construir, lo más apertrechados posible, sus propios destinos y sus propias vidas. El tiempo -y sobre todo ellos- dirán cuánto lo logré. Al menos en lo material, es obvio que todo pudo ser mejor. Pero es sobre todo en lo espiritual, en lo valórico, en lo intelectual y en lo afectivo que me importa mucho más hacer bien lo que debo hacer. Darle a mi vida un giro radical es pues un compromiso tanto con ellos -y con todos los que amo- como conmigo mismo.

Por todo ello, este 1° de noviembre dí el vamos a una nueva etapa. Un evento así requería "Iniciación", "Bautizo" o como se le quiera llamar a esa ceremonia.
En todo caso la hice. A mi manera. ¡Obviamente!



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