Habiendo
decidido que la travesía definitiva del famoso umbral requería
ceremonia iniciática, quedaba por determinar qué ceremonia
sería la más adecuada.
No sabría decir cómo se me ocurrió lo que se me ocurrió.
Fue un impulso, una inspiración, casi una certeza. Haría
un viaje. En mi bicicleta. En el Ángel Azul que me transporta y
me acompaña desde hace algunos días. Una bicicleta que,
más allá de lo práctico, de lo ecológico y
de lo aeróbico, es un reencuentro con sensaciones de libertad vividas
en mi infancia y con sensaciones de aventura vividas en las calles de
París. Allí también tuve un Ángel Azul que
se echó a volar sin mí pero con la ayuda, ¡como no!,
de un "voleur"...de bicicletas.
Lo concreto es que, en menos de 3 minutos, decidí que la ceremonia
sería la siguiente. Pasaría la noche del 31 de octubre al
1° de noviembre -noche de brujas, muertos a venerar y santos reunidos
en pleno- viajando con el Ángel Azul entre diversos lugares de
Santiago cuyas "energías" me parecían atractivas.
La mayor parte de ellos son lugares de cultos diversos. Empezaría
por la Iglesia Ortodoxa que está en la esquina de Grecia con Pedro
de Valdivia, para ir luego a la Mezquita de Chile España, a la
Sinagoga de de la avenida Lyon, a alguna Logia masónica y a la
hermosa Iglesia de la Veracruz, esa que está en la calle Lastarria.
Entre medio, algún bar, alguna "caleta". Esto último
sin mucho objetivo preciso. Sería donde el cuerpo lo necesitara
y donde las ganas lo hicieran deseable.
¿Por qué haber escogido lugares de culto? No lo tengo muy
claro. Quizá porque son el símbolo de las formas diversas
en que los hombres buscamos trascender, atravesar los umbrales que nos
separan de lo mejor de nosotros mismos. En todo caso, no podía
ser un solo lugar de culto. Primero que nada porque no conozco
ninguno que, por sí solo, llene mis expectativas en la materia.
Pero sobre todo, porque era una forma de decir "no" a tanta
muralla y a tanta mirada estrecha y sectaria que hemos inventado para
sofocarnos y sofocar lo mejor de nosotros mismos.
En
todo caso, lo que sí tenía claro era que de Lastarria partiría
hasta la punta del Cerro San Cristóbal para esperar allí
la llegada de la aurora. Quería ver nacer el día de Todos
los Santos al pie de la inmensa estatua de la Virgen que domina el valle
de Santiago del Nuevo Extremo. Esa mole blanca cuyos 14 metros de altura
y 36 toneladas de hierro fundido fueron traidos desde Francia -¿de
dónde si no?- por la módica suma de 22.247 pesos de la época.
¿Y saben ustedes quién es el autor de la Virgen monumental
que protege (sobre todo) a quienes creen en el dogma de su Inmaculada
Concepción y a quienes confían en sus sentimientos maternales?
¡Un escultor masón! James Vibert, un suizo que además
de ser alumno de Rodin era un miembro ilustre de la Logia Fidelité
et Prudence de Ginebra. Otra paradoja de este país nuestro al que
le gusta tanto creerse sumamente "normal".
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El
Ángel Azul descansando...
...antes de subir a saludar a la Virgen encaramada
en el Cerro San Cristóbal...
...y descansando
después que el Cronopio se dignó dar por terminada la
iniciación
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